Cuatro imágenes del ya fallecido Roberto Castillo, autor de, entre otros libros, "La guerra mortal de los sentidos". Estas fotografías datan del 8 de agosto 2005 y se tomaron en Tegucigalpa. Fotógrafo: pendiente.
Para visitar
Fragmentos de "Del siglo que se fue" en Google books.
Roberto Castillo en mimalapalabrahn.
Lectura opcional (fragmento de La guerra mortal de los sentidos)
Donde se da a conocer que el Hablante Lenca
tomó la decisión de "irse a la mierda"
Eliseso Berriozábal, 62 años, profesor jubilado (informante)
Es una cosa que hoy resulta difícil de entender. En un tiempo entró como una desesperación en el ánimo de los muchachos. Era algo inexplicable: dejaban casa, familia, bienes si los tenían y se iban hacia un lugar incierto, una ocupación incierta, un futuro incierto y hasta un país incierto: como ocurrió con un pequeño grupo de jóvenes que salieron con destino a Estonia, Letonia y Lituania, sin que se sepa porqué ni para qué (posiblemente enganchados como marineros); y al llegar allá resultó que esos países ya no existían como estados independientes. Y todos se despedían siempre con la misma frase: "me voy a la mierda".
En un medio donde la gente cuida mucho lo que dice, este "irse a la mierda" tiene varios significados. Por un lado, era una especie de reacción nihilista frente a un mundo que, aparentemente (y sólo aparentemente), estaba condenado a no cambiar nunca. Los muchachos preferían la nada ("la mierda"), que entrañaba riesgo pero donde muchos hechos sucedían, a un orden de cosas de cosas que continuaría siendo igual. Otros entienden que la expresión oculta un fuerte sentido localista y un profundo amor por El Gual, donde las condiciones económicas (miserables) y políticas (intolerables, opresivas) no permitían vivir más.
El Gual sería los más querido y todo lo demás, "la mierda". Vivir en él sería mejor que vivir en cualquier otra parte de la Tierra. Por eso "irse a la mierda" significaba dejar aquello que se tenía por algo donde, pasara lo que pasara, todo sería peor. Otros sostienen que denotaba el abandono de la vida familiar, el calor de la comunidad y -muy importante para los linguistas- la vieja y desecada cuenca de una lengua que juntaba el castellano del siglo XVI con un lenca juguetón y gracioso. Fueron muchos los que decidieron "irse a la mierda".
Y lo hicieron de verdad, pues se lanzaron a perecer en naufragios de mares lejanos, a dar en cárceles de otros países o a quedar tristemente adheridos al desolado paisaje urbano de muchas grandes ciudades. Se fueron "a la mierda" como se han ido el bosque, los ríos, los pájaros y otros animales (quién me puede decir hoy dónde están el quetzal, el cenzontle, el venado o la guara). Era impresionante ver pasar a los muchachos llenos de un coraje o de algo muy fuerte y vivo que los quemaba por dentro; se paraban frente a la plaza de los pueblos y gritaban: "Yo me voy a la mierda". Y se iban. Desaparecían sin que nadie los volviera a ver nunca más, como valientes tragados por el abismo sin fondo que abría su propio desafío. El que usted llama Hablante Lenca también tomó un día la decisión de "irse a la mierda".
Todo El Gual resultó conmovido con su grito, lanzado frente a la plaza de Gualmoaca; y desde allí se regó inmediatamente como pólvora encendida, escandalizando a todo mundo porque nunca se le había oído una palabra procaz. Ese "yo también me voy a la mierda" fue lo único "sucio" que se oyó salir de su boca. No se sabe en concreto qué fue lo que le llevó a lanzar el grito. Pero una cosa sí es cierta: de todos los que se "fueron a la mierda" sólo él sobrevivió, aunque tuvo que permanecer "muerto" durante veinte años. Tenía veintidós años cuando "murió".
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